Pero sigues siendo el Rey

Una piedra en el camino me enseñó que mi destino era rodar y rodar. Rooooodar, y roooodar. Rooooodar y roooodar. 

Y la chica morena que cantaba con el corazón dijo que ahí iba un «ay ay ay aaaaay» mejicano de los que te pedía Albi cuando se ponía melancólica y que tu le dedicabas emocionado y muerto de risa más por verte reflejado en aquella mayorona de muslos de acero pero corazón de mantequilla que por la situación surrealista de cantar a voz en grito una ranchera para tu nieta delante de quien te pillara en ese momento. Te encantaban esos momentos en los que éramos tan tú.

Y entonces rodé. Y dije sí. Y empecé a dejar de decir que no. Y volví a emocionarme con la vida, con la música, con la sidra. Bueno Papá, en realidad con la cerveza, que ya sabes que a mi la sidra me sienta mal. Pero hoy hice un esfuerzo y tomé Afuega’l pitu en tu honor. Y Alejo, sin saber ni entender la expresión que le dediqué, rebozó el huevo cocido en pimentón y sal como hacíamos en Casa Fran algunos Domingos. Y tarareé canciones de Sabina por ti. Porque dirás que no me quisiste pero vas a estar muy triste y así te me vas a quedar. Y cuando vuelves hay fiesta en la cocina, y bailes sin orquesta y ramos de rosas con espinas. Pero dos no es igual que uno más uno, y el Lunes, al café del desayuno, vuelve la guerra fría, y al cielo de tu boca el purgatorio, y al dormitorio el pan de cada día.

Con dinero y sin dinero tú hacías siempre lo que querías y tu palabra era nuestra ley. Mi ley. Y hoy he cumplido con ella. He querido disfrutar de tu recuerdo, sentirme viva mientras sigo tus pasos y reir como llora Chavela. Y entonces sonó tonada. En un descanso de una sorprendente Delagua, el caprichoso hilo musical de un Tierra Astur plagado de guiris en el que sin embargo me sentía más extranjera que nadie por llorar con y por el sentir Astur,  me sorprendió con los primeros acordes de «En el pozu Maria Luisa». Y tras mirar al único minero que queda en la familia y compartir con él una sonrisa complice y una mirada empapada, escribí a Isa y le dije: -estoy llorando en una espicha, ¿te parece normal?.

Y dijo: -claro. Y entonces reí y quise recordarle que lo nuestro duró  lo que duran dos peces de hielo en un güisqui on the rocks y que sigues siendo el Rey. Y que el otro día al entrar en tu coche para asegurarme de que al menos, una parte de ti sigue con vida, me emocioné al sentir tu olor. Ese que buscaba cada año por Navidad tienda por tienda y del que el último año hice acopio, sin saberlo, para el tiempo justo. Y entonces sentí el deseo de saber qué tenías que decirme. Y encendí la radio, pulsé en el botón del CD  y me susurraste: «Ay ay ay ay, canta y no llores. Porque cantando se alegran cielito lindo los corazones».

Y supe que eras tú. Y rodé.

Catarsis

Mientras me preguntaba, sentada en aquella mesa frente a la funcionaria de los tacones y el oro cómo podía tratar tan fríamente un asunto tan duro como el papeleo tras la muerte de mi padre y sorprendida por tanto de mi aguante y madurez, me emocioné sin remedio cuando la mujer del otro lado de la mesa le dijo a mi madre: «tiene usted una hija que vale su peso en oro».

Y sin duda ella sabía lo que el oro pesaba. Sólo sus ojos color miel y llenos de luz al mirarnos eclipsaban la cantidad de complementos de oro que lucía: una bracelete enorme de oro plano, un anillo redondo de oro rugoso y sin tratar, una horquilla con forma de mariposa y alas doradas… Y tras escuchar sus palabras y sin apenas oir la respuesta de mi madre noté como la emoción me subió desde el estómago hasta la garganta a toda velocidad ahogando cualquier intención de dar las gracias por el cumplido. Y lo que sucedió es que escuché en esas palabras la voz de mi padre, diciéndome: «hija, eres internacional, ¿a quién te pareces que eres tan lista?». Y entonces, toda esa fortaleza dejo de parecerse a algo sorprendente para así evidenciar el hecho de que aún no estoy lista para ser internacional aunque intente aparentarlo llevando a diario el pasaporte a cuestas. Y al mismo tiempo vi en mi un pequeño pero personal reflejo de mi padre, que escudriñaba las joyas que llevaba cualquier persona con la que se cruzaba dejando al descubierto un gusto exquisito y un sabor agridulce del que sabe lo que pudo haber sido y no fue, o fue pero duró poco.

Hoy no he podido dejar de recordar el día que, al esperar mi turno para verle en cuidados intermedios mi hermana mediana y mi madre salieron apesadumbradas comentando que estaba otra vez delirando y que sólo quería verme a mi. Cuando entré, no sin cierto temor por si me contaba algo que carecía de sentido y tenía que recuperar la libreta con instrucciones contra delirios de UCI que le había dejado guardada en el neceser, enseguida me di cuenta de que lo único que quería mi padre era hablar conmigo para darme indicaciones sobre las gestiones que creía sólo podía confiarme a mi. Y entonces vi el brillo en sus ojos de nuevo. Y vi como tras unas cuantas firmas emborronadas había conseguido apuntar de esa forma tan absolutamente suya las tareas en el calendario que le habíamos llevado para que no perdiera de nuevo la noción de los días.

Si cada día pudiera levantarme y tener una de tus listas papá…necesito cada vez más hacerlas, pensarlas, decirlas en alto. No puedo irme a dormir sin planificar qué voy a hacer mañana porque si llega demasiado temprano quizá no me de tiempo a llenar todas las horas, los minutos, los segundos. Y entonces me entrará la angustia, como te pasaba a ti. Ahora entiendo ese permanente estrés, ese no querer parar. Siento no haberlo entendido antes. Lo siento mucho.

Ahora mismo estoy terminando las tareas del día de ayer y voy a tachar ésta como tu hacías. Y se que reirás. Y al pensar en ello puedo oir tu risa y es sólo entonces cuando puedo dejar que el hoy pase para dar paso al mañana pasaporte en mano.