Proud Secun

Hoy es mi cumpleaños y desde anoche no he podido pensar en otra cosa que en escribirte. Ya casi no lo hago porque me duele, pero hoy he querido deshacer esa asociación del escribir con el dolor y recordar todas las cosas bonitas y los buenos consejos bañados en orgullosas miradas que siempre me diste.

Sin duda hoy echaré de menos el que aparezcas en mi casa en plan agente secreto y me dejes algún regalo especial de los tuyos escondido en algún rincón. Y también extrañaré tu voz, aunque he de decirte que la tengo perfectamente grabada en mi cabeza y la oigo como si estuvieras aquí conmigo. Extrañaré tu boquita de piñon cantándome alguna ranchera o algún bolero y recordaré con ternura las miles de veces que me dijiste lo orgulloso que te sentías de mi.

Por todo eso, y para no sentirme sola en ese recuerdo en un día como hoy, he preparado una merienda con Mami, Isa, Tete, Juan, Lauri, Varo, Manu, Albi, Maik y Alejo. Necesitamos más que nunca estar juntos y se que eso es lo que tu siempre quisiste. Luego iré a verte, aunque sabes que odio ir a verte allí. Pero se también lo importante que eran para ti esos pequeños rituales y quiero respetarlos como tu siempre me respetaste a mi. Mi ilusión, mis sueños, mis decisiones. Siempre estuviste ahi y si alguna vez no estabas de acuerdo con lo que hacía lo consultabas con mamá antes de decirme a mi algo que pudiera dolerme.

Me animaste a ser independiente, decidida. A no tener miedo a decir lo que pienso y a decir siempre la verdad. A pelear, a luchar, a levantarme tras las caídas. A «apretar un huevo contra otro» cuando las cosas vienen malas y a entregar toda mi alma por aquellos a los que quiero y me quieren. Y me siento orgullosa de parecerme a Mamá y a ti en partes iguales.

Hoy cumplo 32 años, y no es el primer cumpleaños que paso sin verte pero si el primer cumpleaños que paso sin ti. Y se me hace un poquito cuesta arriba pero tengo la suerte de tener mucha gente que me quiere y me acompaña. Prometo «no beber cosas frías» para cuidar mi garganta y no gastar demasiado en la preparación de la merienda, aunque sabes que de casta le viene al galgo y como tu decías siempre: «que somos 10, pues comida y bebida pa 20 y que ni Dios pase fame«. Que le voy a hacer,  soy digna hija de mi padre y de mi madre. :)

Te echo de menos Papá, pero quiero que sepas allí donde estés que lo has hecho tan, tan bien, que la familia que dejaste está más unida que nunca. Que ahora no pasa un día sin que nos digamos lo que nos queremos o sin que aprovechemos al máximo los días. Que hemos absorbido tu energia y es la que nos mueve cada día. Estamos llenos de ti.

Como me ha dicho Lucía esta mañana, he de darle la vuelta al día y saber sacarle el jugo a la parte más dulce y dejar la más agria para cuando tu no estés tan pendiente de mi como hoy. Ya que se que hoy tendrás la vista puesta en mi y por eso quiero que veas que estoy bien, que tiro para adelante, y que siempre, siempre, llevo la cabeza alta y la moral arriba.

Te quiero.

Proud Secun

Melancovalentía

Si ayer era presa de una profunda nostalgia, hoy es la melancolía la que se apodera de mi. Quizá influya el hecho de estar cambiando el armario de estación, viendo pasar prendas de otras temporadas e incluso épocas, recordando momentos a través de las texturas y volviendo a ser un poco aquella persona que vestía otra piel en otro tiempo.

Algunas de esas pieles están hechas jirones, pero las guardaré con cariño en alguna caja para el mañana, porque me recuerdan a quien quise, quiero y querré, y me obligan a recordar a aquellas personas a las que un día admiré casi tanto como a quienes quise, quiero y querré. Pensar en cómo se han ido y en cómo no es sólo la muerte la que puede hacer que las emociones se entierren o al menos, se dispersen en lo más vasto de la inmensidad.

Ojos que no ven corazón que no siente. Jamás nadie escribirá una frase más incierta salvo que el lado poético de quien algún día la pronunció pretendiera usar los ojos como una metáfora del alma, del oído, de la piel, de los recuerdos. Pero si así hubiera sido, entonces su propia esencia de loco le habría hecho ver que no sólo se ve a través de los ojos. Y ese es el verdadero defecto del hombre. El sentir por cada uno de sus poros. El sufrir incluso sin ser víctima de ningún dolor real, sólo con el temor a serlo.

Nuestra mente es lo más poderoso que tenemos, y es ella a la que debemos recurrir cada día, antes de acostarnos, y antes de cerrar los ojos y dejar que sean los sueños, los que al otro día, olvidados, nos permitan seguir adelante habiendo dejado atrás emociones que un día echaremos de menos sin saber por qué.

El mundo es para los valientes, decía mi padre, y así me lo recordó el otro día un buen colega al otro lado de la red que sostienen estas letras que no son más que mi esencia perpetuada, de alguna forma premeditada, por si mañana, o el 21 de diciembre de este apocalíptico año, muero arrasada por esa ola gigante que me acecha en sueños desde que tengo uso de razón, aunque la razón contenida en esa red sea arrasada del mismo modo que todos nuestros sueños.

Siempre he dicho que tener miedo es el primer paso para ser valiente, ya que sólo se es valiente si se vence al miedo. Yo tengo miedo a dejar cosas de lado, a no ver a quién me necesita o a arrepentirme de no haber hecho esto o aquello antes de que sea demasiado tarde. La valentía no es sólo una medida de la grandes hazañas.

No es más valiente el que más hace, si no el que hace aquello que teme no hacer.

La enfermedad de lo cotidiano

Siempre he sabido identificar como señal temprana e inequívoca de la llegada de la tristeza el hecho de pensar melancólicamente en la infancia. Desear o rememorar con envidia insana e impropia de un adulto la época en la que dependíamos emocionalmente de nuestros padres, vivíamos protegidos, y todos los días podíamos permitirnos el lujo de añadir una ilusión nueva a nuestra caja de juegos no es, no, una buena señal.

Sin embargo, con suerte y antes de encontrar el sur, he aprendido a reconocer y analizar estas señales,  y anoche, mientras cepillaba mi pelo antes de acostarme y miré mi rostro en el espejo intentando con todas mis fuerzas ser capaz de sentir ilusión alguna por lo que está por llegar, deseé por un instante volver a ser niña, y sentir las manos de mi madre peinando mi cabello, y ver pasar a mi padre por detrás de la puerta del baño haciendo algún gesto cómico, y anhelaba, como hacía tiempo que mi perfecta y equilibrada madurez no me permitía, el sentir de aquellos días en los que todo me ilusionaba, en los que ninguna nube gris se quedaba permanentemente sobre mi cabeza para recordarme que más temprano que tarde, terminará por estallar la tormenta perfecta.

Si trato de identificar la causa de la llegada de este síntoma, y hago una reflexión rápida, creo que puedo incluso osar a lanzar un diagnóstico: decepción individual, solitaria y con tendencia a la incomprensión por parte de terceros ante un mundo que evoluciona hacia la indiferencia emocional en masa.  

Recuerdo a mi tía diciéndome: – tienes que estar preparada porque lo peor vendrá después, cuando todo el mundo vuelva a la normalidad y siga sus vidas y nadie se acuerde de tu desdicha. Y yo pensé que eso era imposible. Que los amigos que allí conmigo lloraban o que lo hacían a través del teléfono por la imposibilidad de viajar en aquel momento, permanecerían a mi lado, me ayudarían, sabrían leer entre líneas y no me dejarían caer en su indiferencia.

Sin embargo ha resultado que el hueco de su indiferencia era mucho mayor del que yo habría sido capaz de imaginar. Que se había construido un puente colgante justo en ese momento en que las personas tienen que dejar de lado su vertiente egoísta para hacer uso de una empatía que les permite en ocasiones acercarse al sufrimiento ajeno, pero que suele ir acompañada de un instinto de supervivencia que les aleja al instante para evitar que sufran algún tipo de daño colateral.

Y esto no solo me pasa a mi. He hablado largo y tendido con mi familia sobre este sorprendente -para nosotras- efecto. De pronto parecemos tiñosas. De ese tipo de persona que quieres evitar por si te contagia algo de su tristeza y que para que se materialice un encuentro tiene que haber una larga lista de razones de peso o un grupo fornido que acolche el ensordecedor ruido de tu pena. Si no para qué coger un avión, o realizar una llamada, o malgastar tiempo de tu increíble y apasionada vida empezando un tema de conversación que sabes que te angustiará escuchar. Otras veces eres tu la que te sorprendes rechazando un brazo que sabes de antemano que descubrirás mutilado si tiras de él hacia ti. Y en esos casos quizá las largas decepciones previas son culpables de ese desencuentro, y ahi la culpa es más tuya que del dueño del brazo, por no querer encontrarte más sangre en el camino, más desesperación, más decepción post ilusión quebrada.

Identificado un sintoma preocupante, me reconforta saber de la existencia de otros que iluminan y abren paso a la esperanza de rehuir la tormenta, porque, aún con la mente nublada soy capaz de ver y de apreciar el hecho de que hasta en los desiertos crecen flores. Personas que no estaban o si estaban, aparecen o vuelven para quedarse, y algunos espejismos, todo hay que decirlo, no lo eran en realidad.

Es necesario pasar por muchas cosas en la vida para entender a los demás, para saber cómo hay que comportarse con otros, o cómo al menos, es digno hacerlo. Las personas que giran la cabeza o que cierran los ojos para no ver, son meros cobardes que usan el hueco que dejas en sus vidas para llenarlo del algodón que les sostiene. Esas personas no aceptan los errores de otro porque nunca los han cometido, o peor aún, porque cuando los cometen, no son capaces de reconocerlos o aún siéndolo, no les pesa haberlos cometido. Psicopatas que mueven los hilos de un mundo cada día más enfermo y que nunca sienten tristeza o melancolía por otros tiempos porque ni en aquellos tiempos habrían sido capaces de sentir.

Ausencia

«Me gustas cuando callas porque estás como ausente.

Distante y dolorosa como si hubieras muerto.

Una palabra entonces, una sonrisa bastan.

Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.»

Pablo Neruda. Fragmento del Poema 15. Veinte poemas de amor y una canción desesperada.

Estoy aquí.

Pero no puedo escribir, al menos para afuera. Las palabras se agolpan en mi garganta y en un intento desesperado por salir, caóticas y rabiosas, se apelmazan en un abrazo mudo mientras crean sin querer un nudo que me obliga a correr en busca de aliento.

Sobrevivo observando el mundo. Las olas del mar mecen mis sueños y dejan a mi subconsciente viajar hasta mundos que ansío existan. Te siento en cada amanecer, en cada risa, en cada empuje del mar que moja mis pies para luego mostrarlos desnudos sobre la arena.

Mojo mis muñecas, mi estómago y mi nuca antes de sumergirme en el cantábrico. Ay si viviera mio padre que yera tan bueno. Collarinos de plata pusiérame al cuello. Ahora no. Ahora no, mio neña. Ahora no. Y así, papá, consigo no llorar. Porque no quiero que, estés donde estés, te enfades conmigo por dejarme caer.

Pero a veces no lo consigo, y la pena me embriaga más que doce botellas de sidra. Y entonces no encuentro consuelo al pensar que nunca más voy a verte, y que todo, cada día, cada aliento, me recordará esa verdad.